viernes, 28 de marzo de 2014

Confieso que he pedaleado

Hoy en día hay demasiada gente que ve al ciclista como un estorbo (especialmente algunos motorizados) o como alguien cuando menos peculiar, de costumbres fuera de lo común, fuera de lo establecido como normal.

Hoy en día aún supone cierta complicación ponerse a pedalear por las calles y, sin embargo, cada vez somos más y algunos lo hacemos desde hace tiempo, cuando era aún más extraño que ahora, cuando uno se sentía blanco de todas las miradas y, casi podríamos decir, como si estuviera pecando ante la muy extendida religión de la velocidad.

Yo, pese a todo ello, he de confesar que durante los últimos 24 años he pedaleado.

Confieso que me he desplazado al trabajo pedaleando, sin contaminar, es decir, sin emitir gases ni partículas de las que a diario hacen daño a las personas, de las que alimentan el negocio de la salud, pues ya hasta la salud se ha convertido en un negocio.

Confieso que me he transportado sin hacer ruido, cuando el ruido se considera ya parte intrínseca de las ciudades. Quizás por eso hay quien dice que las bicis son excelentes para el campo, allá donde el nivel de ruido es grato y necesariamente soportable.

Confieso que he pedaleado por la ciudad sin usar vestimenta especial para ello, yendo como iría al andar, al ir en transporte público o al circular en un coche. Por ir sin vestimenta especial al montar en bicicleta se me ha llamado la atención en múltiples ocasiones. No lo acabo de entender, pero así es.

Confieso que he pedaleado, pese a la intoxicación informativa que algunos miembros de la DGT, sus acólitos de empresas privadas y algunos medios de comunicación están llevando a cabo para maximizar la percepción de riesgo que existe al pedalear. Está sobreestimado el riesgo de ir en bicicleta y no lo está ir en automóvil (que es una de las principales causas de muerte en el mundo) o morir por estrés crónico, al que precisamente la bicicleta combate y el automóvil fomenta.

Confieso que no tengo coche. Sé que esto es muy grave y ha de saberse y conocerse para escarnio público, pues la culpa ya no puedo soportarla más.

Confieso que alguna vez he pedaleado sobre una zona peatonal (nunca aceras), aunque fuera a una velocidad y con una forma de conducción respetuosa, y por ello he llegado a ser recriminado (en algún caso excepcional) de una forma desproporcionada, como aquella vez que una persona me echaba la charla mientras se apoyaba en su coche mal aparcado encima de dicha zona peatonal. Eso era visto como normal (aparcar los coches donde les venga en gana), lo mío era algo novedoso y por ello llamativo y temido.

Confieso que para recorrer distancias largas he utilizado la combinación bicicleta+tren. El ferrocarril normal, el de la velocidad lógica y racional, tan esquilmado, tan denostado, es mi segundo transporte favorito y lo uso pese a las enormes dificultades que en algunos casos me ponen para llevar la bicicleta en él.


Confieso que he pedaleado también para hacer deporte, que he hecho distancias que no hubiera imaginado nunca que se pudieran hacer sólo con el esfuerzo de mis piernas, aunque algunas veces haya terminado agradablemente cansado y dolorido, como si unos caballos cabalgaran sobre los músculos de mis piernas. 


Confieso que me he divertido pedaleando, cuando hoy en día divertirse sólo se debe conseguir pagando, que las cosas gratuitas están mal vistas y sobre todo si vienen de uno mismo y encima fomentan la salud.

Ha de saberse. Confieso abiertamente que he pedaleado.